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El color de D10S, el color de todos

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Introducción

Marina Muñoz

Luego de que comenzó el mundial de futbol los medios de comunicación masivos y especializados argentinos se dedicaron a divulgar lo que parecía una curiosidad. Guillermo Collado Macdur, profesor de la Universidad Nacional de San Juan (Argentina), revelaba que Diego Armando Maradona, el eterno 10 de la selección argentina, era descendiente de un esclavizado que había pertenecido a la familia Fernández Maradona. Acaudalada familia de propietarios de minas de oro y administradores coloniales. Durante las guerras de la independencia el esclavizado Luis Maradona, quien había recibido el apellido de su amo como era la tradición, obtuvo su libertad después de combatir en el ejercito de San Martín, aquel que se había formado en Cuyo y que atravesó los Andes para consolidar la independencia, eliminando los focos realistas en Chile y Perú. Como muchos esclavizados y libertos participó de la revolución de la independencia engrosando los batallones que combatieron en los diferentes frentes. Ellos, que ya habían dado su contribución de sangre durante las invasiones inglesas, (1806–1807) fueron llamados por la historiografía más reciente de “Negros de la Patria”. Como el propio San Martín habría dicho, los ricos y los terratenientes se negaban a luchar y, no queriendo mandar a sus hijos al ejército le prometían tres “sirvientes” por cada vástago. “Sus hijos quedan en sus casas gordos y cómodos. Un día se sabrá que esta patria fue liberada por los pobres y los hijos de los pobres y los negros que ya no volverán a ser esclavos de nadie”, habría dicho San Martín. Así que fue de Luis Maradona esclavizado, liberto, libertador que descendió Diego Armando. Difícil de definir qué porcentaje negro tenía el jugador y si tenía entre sus ascendientes maternos y aún paternos radicados en la provincia de Corrientes alguna contribución étnica de los grupos originarios de la región: abipones, charrúas, caracarás, mocoretas, mepenés, chanás o algún otro.

El esclavizado y después liberto Luis Maradona sobrevivió a la guerra de la independencia. Tal vez haya participado de las triunfantes batallas de San Lorenzo, Chacabuco y Maipú y de la desastrosa de Cancha Rayada. Lo cierto es que como muchos soldados negros sobrevivió a la guerra y engrosó la población negra libre. Hay una bibliografía ya consolidada que demostró que durante la revolución los batallones negros y mixtos no tuvieron índices de decesos mucho mayores que los otros batallones. El reclutamiento militar, la guerra y la muerte segura que fueron utilizados para hacer “desaparecer” de la narrativa nacional la presencia negra no tiene asidero empírico. La operación de invisibilización de los negros en la Argentina fue parecida a la seguida por Paul Gilroy para hacer desaparecer de un plumazo a los pueblos originarios, cuando describe la colonización a través de las siguientes acciones del sujeto colonizador europeo: “los africanos que esclavizaron, los indios que asesinaron, los asiáticos que subyugaron”, frase productora de un vacío indoamericano. Durante mucho tiempo se fue creando una narrativa de una Argentina sin negros y sin pueblos originarios. Unos “desaparecidos” durante las guerras de la independencia, los otros, los indios, habrían desaparecido con la operación de exterminio comandada por el General Roca, la “Campaña del desierto” (1878–1885). Negros e indios, ambos los bárbaros de Sarmiento. Aunque tanto para él como para Echeverría siempre fue más amenazadora la “barbarie” indígena.

El público condiciona la pregunta

El 8 de diciembre de 2022 el vehículo de prensa norteamericano Washington Post publicó un artículo de Erika Denise Edwars titulado: Why doesn’t Argentina have more Black players in the World Cup? El artículo generó repercusiones en las redes sociales. Algunas respuestas también fueron publicadas en grandes medios de prensa argentina como los diarios Pagina 12 y La Nación, además, la nota del Washington Post fue replicada en casi todo el mundo en el momento en que la selección argentina se convertía en una de las favoritas para alzar la copa. Mas allá de lo que decía la nota, las lecturas comenzaron a girar en torno de la pregunta que servía de título: ¿por qué la Argentina no tiene más jugadores negros? Título que, según la autora, no fue elegido por ella. La respuesta al interrogante del encabezado era bosquejada en la octava línea de la nota, donde fue citado el censo nacional de 2010 que arrojó un total de 149.493 afrodescendientes, sobre un total de 40.117.096 habitantes, lo que equivale a 0,37% de la población de aquel momento. Como observó Ezequiel Adamovsky “Las chances de que en esa cantidad limitada surja un jugador mundialista no son tan altas. En la Argentina actual las colectividades de judíos, gitanos o asiáticos son más numerosas, sin que nadie se pregunte por qué no las vemos representadas en la Selección.”

Pero tal vez la pregunta no se refiriera a la probabilidad estadística de la emergencia de la habilidad deportiva mundialista dentro de un grupo de 0,37% de la población, sino a la supuesta blanquitud de la selección argentina. Sería difícil, y también errado, comparar la apariencia étnica de la selección argentina con la de la selección brasilera - mencionada en el artículo de Edwards. En Brasil, según el último censo de 2021 el 56% de la población puede ser considerada afrodescendiente dado que 47,0% se ha declarado parda e 9,1% “preta”. De cualquier forma, las cuestiones envueltas en la discusión no se reducen a la gramática de los porcentajes y de los promedios. La selección de futbol peruana tiene un gran número de afrodescendientes, aunque estos son una minoría de la población total de aquel país (3,6%). La gran mayoría de la población peruana se identifica como mestiza (60%), mientras que los originarios entre quechuas y aimaras suman 26,7%. ¿Cómo se explica la “fisonomía” de la selección blanquiroja? Es que el futbol en el Perú es practicado fundamentalmente en la costa, en donde la población afrodescendiente está concentrada. Lo que indica que debemos estar atentos a las formaciones sociales y culturales más generales y a los contextos específicos únicos e incomparables de los países.

Hay dos cuestiones que giran sobre el debate en torno al color de la selección de Argentina. Una es la cuestión de la supuesta blanquitud y la otra es la cuestión a respecto del racismo que estaría encubriendo esa blanquitud. Esa última no fue enunciada en el artículo de Edwards, pero fue una de las líneas que las redes sociales y los medios de comunicación tomaron.

Ambas cuestiones son totalmente pertinentes sobre todo porque están direccionadas a un público que podemos llamar de global, aquel público del Washington Post para el cual existe un bloque geográfico y cultural que se llama Sudamérica. Ese público podría hacerse esa pregunta del título de la nota y podría establecer otras comparaciones y deducciones a respecto de otras selecciones de la CONMEBOL, como si los diez países formasen un todo homogéneo de categorías intercambiables, como si los siglos precolombinos y pos-ibéricos no condensaran el tiempo y las experiencias.

Entiendo que, sean cuales fueren las preguntas, estas mismas deben estar norteadas por lo que constituye la primera noción que aprende el etnógrafo: guiarse por las categorías nativas. El colonialismo epistemológico nos acecha. Ser negro en Argentina tiene historicidad y concreción. No era lo mismo ser negro en los siglos XVIII y XIX que en el XX y XXI. Pero aquí no me refiero a las condiciones jurídicas, esto es a las diferencias que puede haber entre ser esclavo, liberto y libre sino a las cuestiones que podemos llamar “cromáticas”. Florencia Guzmán ha mostrado cómo el mestizaje fue una actitud política, una estrategia, una transgresión a las barreras impuestas por el sistema colonial entre las categorías que manejaba la administración para identificar, normatizar y hacer tributar a los individuos. Ser negro, ser pardo, ser indio y ser mestizo dependía de la autopercepción y de la percepción del otro, del administrador, del recogedor de tributos, del empadronador, etc. Las personas eran como se veían y como eran vistas. Esta cuestión del punto de vista subjetivo se expresaba en la adaptación del dicho popular “el hábito hace al monje”, sentencia a la que se le agregó una segunda parte americana: “y el capote hace al mestizo”, refiriéndose a que la vestimenta, el atuendo social podía convertir los indios en mestizos.

Identidad y homogeneidad

Los estudios demográficos muestran la importancia de la población negra en el actual territorio de la república argentina durante el período colonial y el de las primeras décadas independientes. Uno de los instrumentos con que trabaja la historia demográfica es el porcentaje que, si bien no genera un “dato” elocuente por sí, nos puede ofrecer la oportunidad de ver la evolución de un grupo social. Nuevamente podemos recurrir a una historiografía consolidada que utilizó las censos y padrones de población realizados con cierta frecuencia entre el final del siglo XVIII y mediados del siglo XIX. La cifra que se reitera una y otra vez en la historiografía es que la población negra y mulata, en 1810, era de aproximadamente un tercio de la población total de Buenos Aires, y en el interior llegaba a 50%. Si bien estos números son harto conocidos en la historiografía, son escasamente reconocidos por el gran público, porque estuvieron ausentes en los contenidos curriculares escolares durante mucho tiempo. En ese sentido los niños de hoy saben más que los adultos.

Si, un tercio de la población de Buenos Aires fue negra. Podemos citar la siguiente secuencia para la actual capital de la república: en 1810 el 30% de la población, de un total de 32.558 habitantes, era negra o mulata; en 1822 la población morena y parda sumaba 25,81% de una población total de la ciudad de 34.882 habitantes. En 1836 ese grupo representaba el 24,7 % de la población total y al año siguiente el 24,8 %. Al lento crecimiento vegetativo de la población negra se le agregaron los “libertos” que ingresaron a través del corso de la guerra del Brasil, en la cual las presas principales fueron los cargamentos de esclavos del dilatado comercio negrero de aquel Imperio. No obstante, hubo una disminución relativa permanente, al que George Red Andrews se refirió como el “enigma de la desaparición.”

En el llamado período independiente la identidad nacional se fue construyendo primero con base en el concepto de igualdad formal, dejando intocada la propiedad sobre los esclavizados (1810–1853/1860) y después con base en el de homogeneidad que fue formulada con la metáfora del “crisol de razas”. Recordemos que el crisol es el recipiente en que se funden los metales, y donde pueden ser mezclados para dar lugar a aleaciones. El recipiente en si es refractario. Una vez realizada la fundición ya es imposible separar los metales introducidos. La metáfora industrial, productivista, buscaba resaltar la homogeneidad de la nación.

Esa construcción generó enfrentamientos al interior de la elite criolla. Autores como Eugenio Cambáceres, Antonio Argerich y Julián Martel son claros exponentes de la visión de la inmigración europea como problema, ellos fueron creadores de un naturalismo peculiar, autóctono podríamos decir, en que las clases subalternas son portadoras de patologías. Para eses autores la “blanquitud” que portaban no era un valor ya que eran monstruos biológicos y morales. A pesar de ellos la idea de crisol de razas se fue imponiendo a partir de las acciones del Estado y de constructos ideológicos. Como dice Ezequiel Adamovsky la efectividad del “crisol” dependía de la capacidad del Estado Nación para mantener la promesa de integración de todos a la vida social y hasta la década de 1970 esto fue posible, por lo cual las clases populares expresaron sus identidades en términos de clase, y rara vez cuestionaron la idea de pueblo homogéneo que proponía el Estado. Entre inicios y el tercer cuarto del siglo XX se impuso la idea de una nación incolora, en la que el color no importaba, de eso no se hablaba (aunque se reconocía implícitamente blanca). Aquí radica una de las formas en que opera el racismo en la Argentina.

En términos demográficos la inmigración masiva significó un cambio profundo en la composición étnica de la población argentina, sobre todo, en la de Buenos Aires. El ciclo ascendente de la inmigración fue entre 1880 y 1914, en ese último año 1/3 de la población había nacido en el exterior. Para entonces la población total de la república era de 7.905.502. La capital federal tenía 1.575.814 (República Argentina, 1916), recordemos que en el año de inicio de la revolución de la independencia la ciudad tenía 32.558 habitantes.

Pero volvamos a la cuestión de las categorías ¿Cuáles serían las categorías nativas que debemos utilizar para aproximarnos a la discusión sobre el racismo en Argentina? Las de los claroscuros del mestizaje. Si como dijimos, siguiendo a Guzmán, en el siglo XVIII el mestizaje fue una transgresión a la imposición de las categorías coloniales de clasificación de los individuos, en la segunda mitad del siglo XIX permitió la integración en una sociedad que mantenía abierta la expectativa de ascensión social y tenía como principio organizador el criterio de homogeneidad y el artificio de lo incoloro.

La emergencia de las identidades como las entendemos hoy en la Argentina remite a la crisis del neoliberalismo y al fin de la expectativa/promesa de bienestar social, de sociedad salarial y de integración. La crisis que hizo su pico en 2001 tuvo como resultado la fragmentación social. Las explicaciones y respuestas habituales sobre la identidad de los argentinos perdieron vigencia. Aquellas que aseguraban la cohesión perdieron enraizamiento. En el momento en que Benedict Anderson (1993) enunciaba la nación como comunidad imaginada, la ciudadanía cuestionaba la comunidad nacional y buscaba adscripciones más concretas. La etnicidad fue abrazada. Los pueblos originarios vieron algunos de sus derechos reconocidos en la constitución de 1994, sustentados en el paradigma multiculturalista. A finales de la década de 1980 resurge el asociativismo afro-argentino — las primeras formas de asociación fueron las cofradías en los siglos XVIIXVIII y las sociedades africanas en el XIX. Pero lo “negro” como identidad argentina no se atiene solamente a la negritud diaspórica. La trayectoria de la noción de “cabecita negra” tal vez ayude a entender mejor como opera el racismo en Argentina.

La expresión “cabecita negra” irrumpe en el escenario político en la década de 1940 sin encontrar quien la reivindique para sí. En la década de 1970 Ratier se preguntó: “¿Es que antes no había? ¿Por qué el mote infamante adquiere popularidad en la década del 40? ¿Por qué se sigue sintiendo como infamante, y no se asume como calificativo orgulloso, como ocurrió con ‘descamisado’?” Al primer interrogante Ratier responde que sí, que antes también existía el cabecita y que siempre hubo nombres para separar a los hidalgos españoles, aun cuando estos fueran cristianos nuevos o medio moros, de los mancebos de la tierra, los mestizos, estos fueron llamados de chino, tape, etc.

La inmigración europea a la que nos referimos algunas líneas arriba había cambiado la fisonomía de Buenos Aires, esta se emblanqueció, pero el fenómeno inmigratorio no tuvo la misma intensidad en todo el territorio da la república. Las provincias del interior continuaron a tener su “peculiar” fisonomía. En las décadas de 1930 y 1940 las migraciones internas volvieron a cambiarle el rostro a la ciudad capital. Los portadores de rostros más oscuros fueron los promotores del 17 de octubre, las que habían hecho posible la elección de Perón. Según Ratier el enfrentamiento político puso fin al enfrentamiento cuasi racista entre porteños y provincianos. Yo diría que los juntó. Al enfrentamiento “cuasi racial” se le agregó el político. “A partir de entonces “ser ‘negro’ era ser peronista, y viceversa. La reacción porteña inventó nombres: “raviol de fonda”, cuadrados y sin seso; “Jeeps”, porque eran cuadrados y los mandaba el Gobierno … Pero el que ganó el favor popular, el que chicoteaba como insulto previo a la pelea, era el de “cabecita negra”. Negro en Argentina fue usado para definir al provinciano, al mestizo, al indígena y también al afrodescendiente, pero sobre todo a todos ellos en presencia del emblanquecido, del de clase media. Porque las provincias no se habían “clareado”, no se habían “modernizado” con la inmigración. Pero si en el inicio de la década de 1970, cuando escribe Ratier, aún nadie reivindicaba el epíteto “cabecita negra”, después de la crisis del neoliberalismo fue diferente.

Adamovsky, por ejemplo, muestra como en el ámbito de la música la estigmatización del pobre como “negro” motivó a composiciones que, sobre todo hacia finales de la década de 1990, convertían el estigma en emblema de orgullo. Aunque se reivindicó el epíteto cabecita negra y se acuño el de negro cabeza, estos fueron expurgados de la connotación peronista, aunque no de la política. El mismo autor aún afirma que diferente de lo que ocurre con Brasil e Estados Unidos, la identidad negra en Argentina no se restringe a un grupo étnico en particular, sino que es utilizado para referirse a los más pobres y a los culturalmente plebeyos. Esto no quiere decir que las desigualdades son incoloras. La desigualdad tiene color, pero solo puede ser vista si focalizada con los lentes de las categorías nativas, en que un conjunto de significantes gana significado.

Los jugadores de la selección argentina provienen, en su inmensa mayoría, de las clases populares. Cuando reivindican alguna identidad lo hacen como “clase”, sus recuerdos y narrativas de niños son de niños pobres, hijos de trabajadores. En otro contexto algunos podrían ser detenidos, demorados por “portación de rostro”. Sus carreras son narradas por ellos mismos como resultado de un esfuerzo familiar, impregnadas de imágenes de recuerdos de barrio y de una historia material muy vívida: la de los botines remendados a fuerza de poxi-ran® y habilidades maternas, la de largos viajes en colectivo o en bicicleta para ir a entrenar o la de la jornada dividida entre la escuela y la colaboración con el trabajo familiar. Ángel Di María narra que la familia dependía del carbón que embolsaban en el patio del fondo de la casa. Él y su hermanita trabajaban en esa actividad antes de ir a la escuela: “Las paredes de nuestra casa supuestamente eran blancas. Pero nunca me las acuerdo como blancas. Al principio, eran grises. Después se pusieron negras, por el polvillo del carbón.” No fue casual que en el programa televisivo “Futbol al Horno”, el 18 de agosto de 2018 el comentarista deportivo Damián Iribarren, apareciera con una bolsa de carbón forrada con la camiseta de Argentina. Desparramó el carbón sobre una silla y el piso diciendo: “Messi convirtió a la selección en una bolsa de carbón.” La estigmatización estaba allí.

A manera de conclusión

La artista Marina Muñoz ilustró la nota “racismo mundial” de Federico Pita, publicada el día 17 de diciembre en el diario Página 12. Marina dibujó la silueta de los 11 jugadores de la copa América, ellos aparecen sin rostros y a cada uno le atribuyó un RGB, esto es una serie numérica de un sistema de colores en que el rojo (red), el verde (green) y azul (blue) son combinados de forma a producir un amplio espectro cromático. Así, la silueta de Messi es acompañada por el código RGB 238, 197, 168, mientras Di Maria tiene la anotación RGB 212, 153, 112; Rodrigo De Paul lleva el código RGB 234, 204, 182; Lautaro Martínez el RGB 212, etc. Insinúa diversidad dentro de lo que de afuera se puede ver como homogéneo.

¿Si Diego Armando Maradona formase parte de la selección argentina de 2022 continuaría a ser una selección sin negros? A los ojos desavisados probablemente sí. El “barrilete cósmico” era (extra)ordinario. Alguien como cualquier otro y como ninguno. Como cualquier otro pibe de las barriadas populares, como ninguno por su talento de dioses, el propio D10S para muchos.

El hallazgo de Guillermo Collado Macdur no es solo una curiosidad de genealogistas. Confirma lo dicho por San Martín, que la patria había sido libertada por los pobres, los hijos de los pobres y los esclavos. Muchas generaciones después las descendientes de los libertos/libertadores continuaban a nacer en los barrios populares para abrazar otras luchas. “Tengo un recuerdo feliz de mi infancia, aunque si debo definir con una sola palabra a Villa Fiorito, digo lucha” (Maradona, 2000).

El racismo en Argentina se filtra por muchas partes y hay muchas formas de sufrirlo y enfrentarlo, para esto último precisamos, ante todo, conocerlo en sus propios términos.