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Tribulaciones con el progresismo conservador: retos y preguntas para las izquierdas desde Ecuador

El primer principio es que uno no se debe engañar a sí mismo, pues uno mismo es la persona más fácil de engañar.

— Richard Feynman,
premio Nobel de Física

Our Sun, Oswaldo Terreros

En décadas recientes, América Latina despertó ilusiones de cambio desde múltiples procesos políticos que comúnmente se agrupan bajo el nombre de progresismos.1 Mucho se ha planteado sobre esos procesos, tanto desde dentro como desde fuera de Latinoamérica; asimismo, son todavía muchos sus seguidores — aunque quizá en número descendente — dentro y fuera de la región. Tal ha sido el éxito mediático progresista que, en varias partes del mundo, se los reconoce como la versión oficial de la izquierda latinoamericana… posible.

Sin embargo, hay una realidad que suele quedar invisibilizada tras sus discursos y su fuerza mediática. Dicha realidad es que Latinoamérica, a nuestro parecer, no posee una auténtica fuerza de izquierda de dimensiones internacionales. Decimos esto, entre otras razones, porque varios progresismos se han alejado de los ideales que les dieron vida, y se han impuesto desde la fuerza, el autoritarismo y hasta la criminalización a otras visiones autodefinidas como de izquierda: el progresismo devino en una “izquierda hegemónica” persiguiendo a otras izquierdas, fenómeno nada raro por cierto…

Es complejo definir por dónde transitan actualmente las izquierdas a escala regional e incluso global. Más difícil aún es puntualizar aquellos elementos que deberían configurar a las izquierdas, en tanto opciones políticas que propicien un gran cambio en beneficio de los sectores desposeídos por la dominación capitalista. La realidad a veces es tan desesperanzadora que procesos políticos reformistas de pocos avances terminan presentándose como lo mejor dentro de lo posible… negando, de facto, uno de los ethos de la izquierda: ser una fuerza política transformadora que anhela alcanzar lo imposible.

La complejidad en el mundo de las izquierdas sin duda amerita que cada caso se analice con detenimiento y prestando mucha atención a las realidades concretas más que a los discursos rimbombantes. Así, en este artículo deseamos exponer como ejemplo la realidad del caso ecuatoriano donde el eje derecha-izquierda (oficiales) ha ido deslizándose más y más al campo conservador.

Cabe aclarar que rechazamos los análisis simplistas que achacan todos los problemas al progresismo, así como esos otros simplismos que miran a los procesos progresistas como los portadores impolutos de la voluntad popular desde la izquierda. Por ejemplo, hay quienes — como Emir Sader2 — han planteado que la derrota electoral del correísmo en 2021 en Ecuador se debe a la “falta de sentido de unidad” de una “izquierda mayoritaria” que se dividió debido a “contradicciones secundarias”. Aquí puede notarse cómo, en primer lugar, se desconoce la heterogeneidad política del país (al creer, por ejemplo, que el correísmo, Pachakutik y la Izquierda Democrática son todos de izquierda) y, en segundo lugar, se ubica como “secundarias” a contradicciones que han implicado la persecución, criminalización, represión y hasta el encarcelamiento de sectores de izquierda por parte del progresismo correísta. Además, ¿quién tiene la capacidad de definir, por encima de la realidad concreta de los pueblos, qué contradicciones son “fundamentales” y qué contradicciones son “secundarias”?

Precisamente contra semejantes lecturas que simplifican en exceso la realidad local (quizá a quienes les emiten solo les interesa el Ecuador en tanto contribuya a legitimar sus intereses y discursos), presentamos este texto. Así, empezamos nuestra reflexión con el proceso electoral ecuatoriano de febrero y abril de 2021 que provocó un sismo político en el pequeño país andino. Tal sismo político desató varias reacciones — incluso racistas y patriarcales — desde las esferas del progresismo nacional y transnacional, así como desde las corrientes neoliberales. Fruto de dichas elecciones, el progresismo correísta terminó siendo derrotado en las urnas. Luego revisamos la grave situación del Ecuador, en un contexto de estancamiento económico y pandemia que trasciende a la coyuntura electoral. Después, en un ejercicio de retrospectiva, analizamos cómo el propio progresismo ecuatorial tiene gran parte de responsabilidad en el complejo momento que vive el país tanto en lo económico como en lo político; a la vez, destacamos varios de los agudizados retos que deben enfrentar las izquierdas ecuatorianas en fase de permanente construcción. Finalmente, sugerimos algunas tareas futuras encaminadas a profundizar la reflexión y, en especial, encaminadas a (re)construir a las izquierdas en Ecuador y en Latinoamérica.

Entre las fraudulentas sombras electorales y la derrota progresista

Los procesos electorales en Ecuador se han vuelto expresiones cada vez menos convincentes de las posibilidades de representatividad democrática dentro del capitalismo (particularmente en su versión periférica y dependiente). Por ejemplo, en las elecciones presidenciales de 2017 ya se sintió que ninguna candidatura estuvo a la altura3 de las necesidades de un pueblo que, con el estancamiento económico iniciado en 2015 — más la tragedia del terremoto del 16 de abril de 20164 — empezó a notar cómo la farsa progresista del “milagro ecuatoriano”5 se transformaba en una nueva y prolongada crisis económica, política y social en general (incluso antes de la pandemia del coronavirus, como lo mencionamos más adelante).

Fruto de la elección de 2017 — ensombrecida por un posible fraude que nunca se esclareció — obtuvo la victoria Lenín Moreno ante el banquero Guillermo Lasso. Así arrancó el gobierno de Moreno, quien fue candidato del progresismo correísta pero que terminó rompiendo con su origen político; pese a esa ruptura, paradójicamente consolidó la marcha neoliberal6 que el propio correísmo había arrancado.7

Cuatro años después de la victoria de Moreno, durante las elecciones de 2021 realizadas en medio de la pandemia del coronavirus, se volvieron aún más intensos el desencanto electoral y los vicios de un corrupto sistema representativo. Durante la primera vuelta (en donde se presentó el mayor número de candidatos presidenciales en la historia del país,8 pero el contenido de las propuestas electorales fue escaso o casi nulo9) las fuerzas del progresismo correísta y de su candidato — Andrés Arauz — se quedaron lejos del tan anunciado triunfo en una sola vuelta, mientras que las fuerzas de la derecha neoliberal y oligárquica — representadas nuevamente en Guillermo Lasso — sufrieron un aparatoso revés. En cambio, sorpresivamente el movimiento indígena — con su candidato Yaku Pérez — obtuvo el mejor resultado de toda su historia electoral.

Semejante resultado también estuvo cargado de sus propias complejidades. Por ejemplo, la nominación del candidato indígena nació de dificultosas acciones al interior del partido Pachakutik (PK), al punto de generarse tensiones con el movimiento indígena representado en la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie) (pese a que PK representa a su brazo político). A su vez, en la campaña electoral de primera vuelta, el candidato indígena se mantuvo entre ambigüedades y declaraciones poco acertadas — o abiertamente contradictorias y confusas — lo que penosamente retrasó su definición como una “tercera vía” entre el progresismo conservador de Arauz y el neoliberalismo oligarca de Lasso. Si desde el inicio la candidatura indígena se presentaba como una “tercera vía”, sobre todo popular y opuesta al statu quo, quizá otros hubieran sido los resultados electorales no solo de la primera vuelta sino de toda la elección presidencial ecuatoriana…

Podemos plantear esta lectura pues, cuando finalizaba la primera vuelta y el candidato indígena aclaraba su condición de “tercera vía”, la vertiente correísta endureció su campaña en contra de Yaku Pérez. Incluso emergieron ruines ataques en contra del candidato indígena desde los progresismos transnacionales. Tales ataques llegaron al extremo de cuestionar la autoidentificación indígena de Pérez dando una cátedra de colonialismo cuando pensadores progresistas hablaban sobre cómo debería ser un “auténtico indígena”.10 Asimismo, los progresismos no tuvieron ningún reparo en denostar a quienes se alinearon con otras perspectivas políticas, en particular con un voto nulo que, desde la primera vuelta, empezaba a generar presencia incluso como crítica al sistema electoral representativo. Por su parte, las encuestadoras de la derecha neoliberal (Cedatos) y del progresismo conservador (Clima Social) intentaron manipular a la opinión pública para esconder el verdadero potencial electoral indígena en la primera vuelta electoral, que se celebró el 7 de febrero.

El caso es que, cuando iba en alza la candidatura indígena gracias a su definición final de plantearse como una “tercera vía”, resurgieron los vicios del sistema representativo: desde los ataques múltiples y desde las sombras del fraude, el segundo lugar inicialmente alcanzado por Pérez fue escamoteado con varias acciones abiertas o encubiertas empujadas desde los intereses de los dos candidatos finalistas. Esas acciones múltiples marginaron a la candidatura indígena y agregaron otra mancha más de fraude en la historia electoral ecuatoriana.

Así, cuando ya se escrutó un 97% de los votos y la tendencia consolidaba en el segundo puesto a Pérez, sorpresivamente empezó a revertirse el resultado con una diferencia mínima de votos a favor de Lasso. Como un hecho nada anecdótico, pese a que hubo un conteo rápido que anunció el segundo puesto para el candidato de Pachakutik, el expresidente Rafael Correa — prófugo en Bélgica — hizo declaraciones donde “vaticinó” que la tendencia iba a cambiar, algo que también fue anticipado por el consejero del Consejo Nacional Electoral (CNE), Enrique Pita, cercano a la derecha neoliberal.

Tan evidente era el manoseo de datos que el propio candidato Lasso, aceptando una invitación de Pérez, participó en una reunión pública con la participación de todos los miembros del CNE y los observadores de la Organización de Estados Americanos (OEA). El 12 de febrero, tras 5 horas de debate, el CNE y los dos candidatos acordaron abrir todas las urnas de la provincia del Guayas y 50% de las urnas en 16 provincias; era indispensable asegurar la legitimidad del proceso electoral, se decía. Al día siguiente, Yaku Pérez acudió al CNE a presentar un listado de juntas por abrir puntualizando varias anomalías que justificaban esta solicitud. Sorpresivamente, un día después, Lasso rompió el acuerdo al que se había llegado (y que fue hasta transmitido en vivo por los medios de comunicación). Finalmente, el mismo CNE se retractó de lo pactado aduciendo sorpresivamente una ausencia de acuerdo.

Posteriormente, el CNE bloqueó las solicitudes de investigación penal por un posible fraude formulado por la Fiscalía, así como de la Contraloría, que pretendía hacer una auditoria del sistema informático electoral (que al parecer contribuyó en el falseamiento de los resultados obtenidos en las urnas). Por cierto, en todo este complicado tira y afloja, el candidato correísta, Andrés Arauz (exfuncionario de los gobiernos de Correa y de Moreno), se opuso repetidamente a que se permita el recuento de los votos (al parecer las probabilidades de que Pérez derrote a Arauz eran mayores que las de una victoria de Lasso, al menos en ese momento).

El CNE proclamó los resultados electorales en la madrugada del 21 de febrero. Pachakutik presentó un recurso de objeción a los resultados acompañado de más de 20 mil actas con anomalías (diferencias de sufragantes entre dignidades, entre votos y votantes, numéricas, de firmas y anomalías en el casillero de observaciones); actas que representaban al 50% de los votos totales. El CNE admitió a revisión solo 31 actas; es decir, el 0.01% de los votos totales (comparado con el 12% que se abrió en el recuento de las elecciones de 2017 a pedido del mismo Guillermo Lasso). Al revisar las actas, el CNE no permitió que el personal de Pachakutik participe del proceso e incluso trasladaron las actas a instalaciones fuera del CNE.

Resumiendo, el CNE hizo todo lo posible para impedir el reconteo de votos acordado. Para colmo, en Ecuador hay un marco jurídico que permite al CNE abrir las urnas, como ha sucedido en otros procesos electorales. Se atropelló la Constitución que establece el derecho a la transparencia, y el Código de la Democracia que posibilita abrir las urnas bajo el principio de la duda razonable. Dicho Código estipula que el CNE puede realizar todas las verificaciones y comprobaciones que estime necesarias, e incluso para disponer el conteo manual de votos. Así se impuso un contubernio entre élites: el correísmo, pues sabía que era difícil sino imposible enfrentar a un candidato que empezaba a definirse como de izquierdas, planteaba una “tercera vía” y vaciaba de contenido su supuesta posición socialista; el neoliberalismo oligarca, porque sin marginar al candidato indígena, era imposible llegar a la segunda vuelta. En este proceso, la gran prensa — privada y gubernamental — armó y consolidó un discurso donde la única opción “democrática” era aceptar los resultados y escoger entre Arauz y Lasso…

Ante tantas sombras electorales, desde las izquierdas se consolidó la tesis de un voto nulo por la dignidad y la resistencia. Dignidad pues es inaceptable un resultado electoral plagado de irregularidades; resistencia porque cualquiera de los finalistas no representaba una alternativa real para los sectores populares.11 A esta corriente del voto nulo — que reiteremos, de forma mucho más radical venía tomando forma desde la primera vuelta electoral como crítica al sistema democrático representativo — se sumaron el Pachakutik, la Conaie, el Frente Unitario de los Trabajadores (FUT), los movimientos de mujeres y un gran número de organizaciones sociales y diversos sectores populares.

Mientras se consolidó un importante bloque favorable al voto nulo (de muy diversas corrientes, algunas incluso hasta contrapuestas), la campaña de segunda vuelta entre el candidato del progresismo y del neoliberalismo oligarca no fue capaz de generar discusiones y propuestas profundas y estructuradas ante el momento complejo del país (incluso el debate presidencial de segunda vuelta resultó en un tedioso y aburrido formalismo12). Lo que más bien afloró de parte y parte fue un sinfín de “ideas parche” elaboradas al apuro (acentuando la tendencia de la primera vuelta). Asimismo, entre ambas candidaturas surgió una feroz campaña sucia cargada de simbolismos y mensajes banales particularmente en redes sociales. Incluso cabe preguntar si esta dinámica es una tendencia global propia de la decadencia del sistema democrático representativo, donde las simpatías/antipatías pesan más que los contenidos y los posicionamientos ideológicos.

Llegado el día de la segunda vuelta, el 11 de abril de 2021, la victoria se concedió al candidato banquero Lasso con 52,36% (4,65 millones de votos válidos), superando al 47,64% alcanzado por el candidato progresista Arauz (4,23 millones de votos válidos). Es complejo identificar los factores que expliquen a totalidad la victoria de Lasso,13 pero posiblemente entre esos factores podría incluirse una fuerte votación anticorreísta que se consolidó en las últimas semanas previas a la elección, la fuerte difusión de información que mostró la condición de Arauz como un personaje privilegiado dentro de las burocracias doradas del Estado (burocracias que, dicho sea de paso, se fortalecieron durante el gobierno de Rafael Correa), la incapacidad del progresismo de deponer posturas caudillistas para alcanzar alianzas con amplios sectores populares y movimientos sociales, las torpes amenazas planteadas por miembros del correísmo hacia sus opositores políticos (dando muestras de un apurado triunfalismo), y hasta los intentos progresistas de generar rupturas en el movimiento indígena.

Sobre este último punto es ilustrativo el intento de alianza entre Arauz y Jaime Vargas, presidente de la Conaie; alianza casi de carácter personal y que iba en contra del lineamiento oficial del movimiento indígena favorable al voto nulo. Para colmo, luego de la derrota de Arauz, el propio Rafael Correa no tendría el más mínimo reparo en argumentar que Vargas “no nos dio medio voto indígena y probablemente si nos quitó muchos”.14 Semejantes estrategias y posteriores declaraciones dejan ver que al progresismo correísta no le interesaban alianzas programáticas sino apoyos incondicionales para vencer en las elecciones; además, los buscaba sin importar la estabilidad de las organizaciones sociales (de hecho, ya desde el gobierno de Correa eran típicos los intentos de cooptación y división sobre el movimiento indígena).

Más allá de estos y demás elementos que deberán analizarse con detenimiento, el hecho es que la elección del 11 de abril significó la primera derrota electoral del progresismo correísta en una elección presidencial ecuatoriana; similar a la derrota vivida en las elecciones seccionales de 2014 cuando el correísmo perdió sobre todo la alcaldía de la ciudad de Quito y ya se sentía un importante rechazo a la figura de Rafael Correa. Y más grave aún para el progresismo es que esa derrota se dio contra el mismo candidato banquero que había sido derrotado por Rafel Correa en 2013 y por Lenín Moreno en 2017. Así, un candidato desgastado como Lasso por fin logró derrotar a las fuerzas electorales — también desgastadas — del correísmo.

Hablamos de desgaste porque existió otro resultado electoral sin duda mucho más esperanzador que todo lo antes mencionado: del total de votantes registrados, los votos nulos representaron el 16,2% (1,75 millones de votos), la proporción más alta desde que el Ecuador retornó a la democracia con las elecciones de 1978 (previamente se había alcanzado un 11,3% de votos nulos en 1996).15 Semejante proporción sugiere que existe una inconformidad con el sistema democrático representativo, a más del efecto que también logró el llamado al voto nulo por parte del movimiento indígena y demás movimientos sociales luego de las fraudulentas elecciones de la primera vuelta. Asimismo, el contexto de pandemia llevó a registrar un ausentismo del 20,9% con respecto al total de votantes registrados (2,26 millones de personas); tristemente muchas de las personas ausentes no votaron pues, al tener a algún familiar enfermo y grave de coronavirus (o incluso al estar sufriendo personalmente la enfermedad), estaban más preocupados de sostener la vida que de perder su tiempo en trivialidades electorales. Por tanto, entre votos nulos y ausentismo se suman más de 4 millones de votos, cifra amplia que pone — de alguna manera — en entredicho la capacidad real del gobierno de Lasso de aplicar a sus anchas un feroz programa neoliberal…

En términos meramente electorales, los resultados representan una victoria del neoliberalismo oligárquico que deben llamar seriamente a la reflexión a todas aquellas personas que sinceramente son afines a posiciones de izquierda (que, seamos sinceros, también existen dentro del progresismo correísta). ¿Por qué, pese a todo el salvaje ajuste neoliberal aplicado por el gobierno de Moreno (que hasta provocó una enorme revuelta popular en octubre de 201916), las elecciones dieron como triunfador a Lasso?; ¿qué factor llevó a que se consolide una votación hacia un banquero que ha participado directa o indirectamente en gobiernos nefastos (como el que provocó la crisis financiera de 1999)?, ¿por qué se consolidó un fuerte voto anticorreísta en la segunda vuelta electoral?

De hecho, bajo una lectura más sutil podríamos decir que el grueso de votantes se decantó más por el anticorreísmo que por el neoliberalismo oligárquico, particularmente en las regiones Sierra y Amazonía del país.17 En cambio, en la región Costa el correísmo logró triunfar sobre la alianza entre CREO y el Partido Social Cristiano (PSC) que auspició a Lasso (cuando, históricamente, el PSC ha sido fuerte en la Costa). Por ende, el análisis electoral requiere de muchos más matices.

Un elemento clave para comprender la complejidad política ecuatoriana con la que se llegó a las elecciones de 2021 nace del contexto de crisis múltiple que vive el Ecuador desde hace más de media década, y que se ha agravado con la pandemia del covid-19. Semejante crisis, al parecer, ha generado todo un ambiente de pesimismo entre la población al punto de que el deseo de evitar cualquier retorno al pasado correísta (que, así como vivió años de bonanza, también registró actos gravísimos de corrupción de proporciones millonarias al punto que uno de sus exvicepresidentes ya va varios años cumpliendo una condena en prisión18) ha pesado más que la marca de la dura crisis vivida en 1999, en la que se proceso un salvataje bancario mientras se hundía en la miseria a un enorme grupo de la población. El hartazgo a la corrupción progresista, (más todas las tendencias autoritarias, la criminalización de la protesta social, y demás) al parecer, tuvieron más fuerza que el hartazgo a la corrupción de la crisis bancaria…

¿Qué tan grave es la crisis que vive el país como para llegar a semejante situación? Pues es una crisis demasiado grave y de carácter múltiples, sobre la cual reflexionamos a continuación.

Ecuador, al borde del naufragio

Ecuador vive crisis múltiples, que se han develado particularmente con una crisis económica muy seria y de carácter estructural que quedó desnuda en 2015 ante la última gran caída vivida por los precios del petróleo en tiempos previos a la pandemia del coronavirus.19 Luego, con la llegada de la pandemia, la crisis ha terminado exacerbada, llegándose a aberraciones extremas como el hecho de que 7 de cada 10 trabajadores ecuatorianos vivan entre el desempleo y el subempleo. Y mientras la crisis económica se ha vuelto aberrante, la crisis de salubridad se ha vuelto un auténtico infierno pues, ni para el gobierno de Lenín Moreno, ni para las élites ni demás grupos de poder ha sido prioritaria la vida de los sectores populares: la muerte y degradación del pueblo les resulta indiferente. Esta constatación es válida para toda la cúpula política de la argolla en el poder, que en medio del sufrimiento de amplios segmentos de la población bregaron por sus intereses económicos y políticos (y hasta electorales, pues en ningún momento se decidió suspender las elecciones o, al menos, suspender las concentraciones masivas en nombre de evitar más contagios de coronavirus).

Paradójicamente, al iniciar la pandemia se pudo impulsar políticas redistributivas y solidarias (p.ej. contribuciones sobre los grandes patrimonios, incrementos del impuesto a la renta de grupos económicos y financieros, contribuciones desde los ingresos y salarios más elevados, etc.) para financiar el sistema de salud y sostener las condiciones de vida, sobre todo de quienes buscan su sustento diario en las calles. En especial, se volvía urgente la necesidad de encontrar mecanismos para que amplios segmentos de la población dejen de sufrir hasta hambre por la falta de recursos. Pero no, al gobierno de Moreno no le dolió abandonar sus propios y tibios intentos redistributivos,20 con tal de dejar pasar la flexibilización laboral y otras reformas en una mal llamada ley humanitaria aprobada a mediados de 2020.21

El coronavirus encontró al país irresponsablemente desguarnecido. Como muestra de ello se puede mencionar a los significativos recortes de inversiones en salud pública, que se reflejan en la caída de los presupuestados para el Plan de Salud: 353 millones de dólares en 2017, 302 millones en 2018 y 186 millones en 2019. Esto se agrava por la subejecución presupuestaria — también por presiones de la austeridad fiscal —, que se evidencia en una inversión real de 241 millones en 2017, 175 millones en 2018 y 110 millones en 2019 (en este año, además, se despidió más de 3000 profesionales de la salud pública). A estos recortes se agregan retrasos en los pagos a todas las personas trabajadoras de la salud que enfrentan el coronavirus desde la primera línea.22

Además de los recortes, hay otros problemas de fondo en el sector de la salud, pues es insostenible mantener la visión curativa del paradigma clínico, asistencialista y mercantilista, por más hospitales que se construyan. Tales problemas se agudizaron por una silenciosa privatización de la salud en el gobierno de Rafael Correa, la cual aceleró la acumulación capitalista del complejo médico industrial23. De una u otra forma, todos estos elementos han contribuido a la brutal expansión del coronavirus en este país andino: un sistema de salud pública debilitado — incluso gracias a varias medidas neoliberales implementadas por el propio correísmo24 — muy difícilmente iba a poder enfrentar a la peor pandemia que ha vivido la humanidad en la historia reciente… por el momento.

Así, sin minimizar la inadecuada decisión de reducir la inversión en salud, el problema es mucho más complejo. El presupuesto estatal destinado al sector salud, no solo para estas emergencias, sino para sostener un sistema de salud eminentemente curativo y que mantiene partes importantes mercantilizadas, cae, como señala con justa razón una experta en la materia, Erika Arteaga Cruz, en “un tonel sin fondo”.25 Entonces, la tragedia sanitaria no es solo una cuestión de recursos o de capacidad de respuestas ante situaciones de emergencia, de más o menos atención sanitaria estatal, sino también el resultado de un sistema plagado de falencias. Aunque es innegable que desde 2006 hasta 2017 se haya modernizado y ampliado la cobertura de servicios de salud, los problemas son muchos. Cabe anotar que también se propició la acumulación de capital en la industria de insumos, farmacéuticas y aseguradoras privadas; se impulsó un debilitamiento de la seguridad social con la transferencia de fondos públicos a clínicas privadas, y no se logró que los hogares ecuatorianos gastaran menos en salud.

Si a estos tiempos de tragedia e indiferencia les sumamos una grave crisis económica que, como dijimos, viene de antes de la pandemia, se obtiene como resultado un futuro lleno de sombras e incertidumbres. Sin embargo, las sombras no son para todos, sino para aquella población mayoritaria excluida y periférica del poder político y económico que — con sus acciones políticas — reproduce los círculos de pobreza propios de la economía capitalista.26

Según información histórica del Banco Central del Ecuador (BCE), se confirma que el país vive su peor crisis económica, combinada con un estancamiento de varios años. De hecho, si se deja de lado el efecto de la inflación, la contracción del Producto Interno Bruto (PIB) por habitante, para 2020, sería de -10,1 %: una caída más drástica que aquella vivida en 1999 y que llegó a -6,8 %. Por cierto, con esta información no obviamos los claros límites que tiene un indicador como el PIB (el cual deja de lado elementos distributivos y ambientales, por apenas citar dos problemáticas), pero la crisis es tan drástica que solo con ver la evolución del PIB per cápita ya se puede tener una primera idea de la magnitud de la crisis. Además, al estancamiento anterior y el impacto del covid-19 se suman las políticas recesivas, de corte fondomonetarista, desplegadas por el gobierno de Lenín Moreno.

Como se acaba de ver, en medio de un mundo en crisis por el covid-19, el Ecuador se presenta como una sociedad frágil, cargada de múltiples problemas, incertidumbres e incluso de no futuros, en donde ni siquiera la supervivencia mínima de la población puede garantizarse. Sin embargo, es necesario mencionar un detalle clave: la coyuntura tan compleja que vive la economía ecuatoriana es también el resultado de una crisis económica estructural, profunda y de larga duración, a ratos similar o mucho más grave que otros países latinoamericanos, y que terminó de exacerbarse con la pandemia del coronavirus.

En medio de un mundo en crisis por el covid-19, el Ecuador se presenta como una sociedad frágil, cargada de múltiples problemas, incertidumbres e incluso de no futuros, en donde ni siquiera la supervivencia mínima de la población puede garantizarse. De hecho, cabe recordar que, desde la caída de las exportaciones petroleras estatales en 2015, las cuentas externas del Gobierno — y del país — se encuentran asfixiadas, y sobreviven únicamente con el respirador artificial de la deuda externa, más aún bajo los límites planteados por la dolarización (transformada perversamente en el gran objetivo de la política económica27). Por cierto, tal es la dependencia económica estructural del Ecuador en el petróleo que, cuando cae su precio en los mercados internacionales, provoca impactos negativos agresivos en el mercado laboral ecuatoriano, junto con la tendencia al aumento agresivo del endeudamiento externo para sostener la liquidez.

En definitiva, es complejo resumir en pocos puntos una crisis alimentada también por las estructuras productivas de una economía capitalista primario exportadora y de las lógicas de acumulación del capital, cuestiones que no fueron para nada abordadas en el gobierno del correísmo. Adicionalmente, en ese gobierno se consolidó la posición de país proveedor de productos primarios, con la imposición de la megaminería, la ampliación de la frontera petrolera y el fomento de la agroindustria de exportación. En esa dirección actúa el Tratado de Libre Comercio (TLC) firmado con la Unión Europea en 2016.28 En cuanto a apertura comercial, las tendencias son preocupantes si se destaca la sostenida preferencia del gobierno de Lenín Moreno por suscribir varios Tratados de Libre Comercio (TLC), que configuran una suerte de camisa de fuerza a la que las élites locales y transnacionales quieren atar cada vez más al país en su calidad de proveedor de materia prima con mano de obra barata. A la firma del TLC con la Unión Europea (UE), en el gobierno de Correa, le siguieron la del TLC con la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA, por sus siglas en inglés) y el TLC con Chile. Ya se plantean nuevos TLC, uno de estos con México, y con los Estados Unidos, para lo que ya se suscribió — al finalizar el complejo año 2020 — un acuerdo comercial de primera fase con el gobierno de Moreno. Y, como ya lo ha declarado públicamente Guillermo Lasso, esta tendencia aperturista se acentuará en su gobierno.

Si bien la pandemia del coronavirus no originó los problemas que atraviesa el Ecuador, los impactos globales se han sentido duramente en el país. Un ejemplo es la abrupta caída del precio del petróleo: entre abril de 2019 y abril de 2020 el precio del crudo ecuatoriano cayó aproximadamente de 65 a 14 dólares por barril (alrededor de 78 % de contracción). Si bien con la reapertura global de las actividades económicas el precio se recuperó hasta superar los 44 dólares en diciembre, todavía los precios son insuficientes para equilibrar las finanzas estatales.

Pero no todos los problemas son exógenos. Semejante shock petrolero, junto con la rotura de los oleoductos (hecho que no puede verse como un caso fortuito, pues fue una evidente negligencia de Petroecuador y la empresa OCP, que no actuó con prontitud ante la erosión regresiva del río Coca29), diluyó en más de 30 % los ingresos petroleros presupuestado. Además del shock del precio del petróleo, por efecto del frenazo económico — shock de oferta y demanda — también se han reducido las recaudaciones tributarias, que han pasado de 13.180 a 11.526 millones de dólares entre 2019–2020. En total, entre la caída petrolera, la caída tributaria y las caídas en otros componentes, entre 2019–2020 el sector público no financiero sufrió una contracción de 6.554 millones de dólares en sus ingresos totales. En contraste, los gastos del sector público no financiero se redujeron en 3.625 millones, es decir, los ingresos cayeron con más fuerza que los gastos; así surgió un estrangulamiento fiscal con un déficit de 6 mil millones sufrido en 2020.

Un resultado del estrangulamiento fiscal del sector público no financiero es la expansión de la deuda pública, que representa otra dimensión de la crisis económica ecuatoriana. Según el Ministerio de Economía y Finanzas, mientras que a diciembre de 2009 el Ecuador alcanzó una deuda externa pública de apenas 7.392 millones de dólares, para marzo de 2017 (meses antes de que Rafael Correa dejara la presidencia), la deuda se incrementó a 26.486 millones. Esa tendencia se aceleró con el gobierno de Lenín Moreno, con una deuda externa que creció hasta los 37.080 millones de dólares en marzo de 2019, antes de que se cambiaran las metodologías de cálculo. Posteriormente, de marzo de 2019 a diciembre de 2020 la deuda externa medida con nueva metodología se incrementó de 38.914 millones de dólares a 45.367 millones, incluyendo 4 mil millones de dólares provenientes del acuerdo con el FMI alcanzado en octubre de 2020.

El acelerado endeudamiento externo público (a un ritmo que no se ha visto antes en la historia del Ecuador) demostraría que esta economía dolarizada depende cada vez más de la deuda para sostener su actividad, sobre todo en épocas de precios bajos del petróleo (más si se considera el importante papel del Estado en la economía ecuatoriana y hasta en las propias exportaciones petroleras). Muestra de ello es que, ante la crisis del coronavirus, los requerimientos de financiamiento externo del Ecuador para 2020, como se anotó antes, terminaron sumando 8 mil millones de dólares, monto equivalente al 14 % del PIB.

Aquí, por cierto, no se puede olvidar que en 2014 el Ecuador, que ya desde 2009 recurrió al financiamiento proveniente de China, regresó a los mercados financieros con el beneplácito del FMI.30 En aquel momento se colocaron 2 mil millones de dólares en bonos en el mercado internacional, cuando los precios del crudo bordeaban los 100 dólares por barril. Quién diría que a partir de ese momento el país iniciaba un nuevo proceso de endeudamiento agresivo, y de mayor dependencia económica y política de los capitales financieros y los organismos multilaterales.31

En plena pandemia, ante la incapacidad de obtener financiamiento externo a través de bonos, y considerando que para 2020 el país presentó necesidades brutas de financiamiento por 13,5 mil millones de dólares, el gobierno ecuatoriano se lanzó abiertamente a solicitar el apoyo de los organismos multilaterales, sobre todo del FMI. De hecho, cabe recordar que, en marzo de 2019, el gobierno alcanzó un acuerdo con el FMI que terminó en tiempos del coronavirus, cuando el Fondo se negó a entregar los desembolsos que se habían pactado porque el país no habría cumplido los acuerdos impuestos. Urgido por el estrangulamiento financiero, fue necesario que el país alcance un nuevo acuerdo con el Fondo — el vigésimo desde 1963 — a inicios de septiembre de 2020, que, para colmo, era una de las condiciones que “impusieron” al gobierno ecuatoriano los acreedores privados en el proceso de renegociación de los bonos de deuda externa en agosto de 2020.32

Ante una crisis estructural tan compleja y con perspectivas tan difíciles, el gobierno de Moreno no cambió de rumbo su política económica. Las urgencias fiscales priman por sobre otras urgencias, como las sanitarias. Así, el gobierno se ha preocupado más por enviar mensajes de conciliación y renegociación a sus acreedores externos, que por transmitir claridad en lo que respecta a las políticas sanitarias y a la misma información oficial sobre el avance de la pandemia del coronavirus en el país.

Como toda gran crisis económica, los efectos son múltiples, la incertidumbre se generaliza y las desigualdades encuentras varias formas de expresión. En efecto, el empleo en el Ecuador sufre una auténtica tragedia. A diciembre de 2019, casi el 62 % de los trabajadores no tenía un empleo adecuado o pleno, es decir más de 5 millones de personas. En ese momento, solo 3.150,000 personas tenían empleo pleno. Luego, con la llegada de la pandemia y el cierre de las actividades económicas, a junio de 2020 apenas 1’271.000 personas mantenían un empleo adecuado; posteriormente, la cifra mostró una recuperación parcial y llegó a 2’496.000 personas en diciembre; esto significa que para junio de 2020 apenas el 16,7 % de la PEA tenía un empleo pleno, y para diciembre se obtuvo un dato de 30,8 %. Por su parte, el desempleo pasó de 311 mil a más un millón de personas entre diciembre de 2019 y junio de 2020, y después llegó a 522 mil personas en septiembre y a 401 mil personas en diciembre. Cabe aclarar que la “recuperación” de septiembre y diciembre se asocia — al menos en parte — al relajamiento de las medidas de confinamiento frente a la pandemia, junto con una mayor precarización laboral.

Junto con el deterioro del empleo, se registra un repunte de la pobreza. De hecho, según el INEC, mientras que entre 2007 y 2017 la pobreza por ingresos se redujo de 36,7 % a 22 %, para 2019 tuvo un ligero aumento a 25 %, y terminó el año 2020 en 32,4 %, la proporción más alta desde 2010. En esta lamentable situación también se debe prestar atención al alarmante deterioro de las condiciones de vida rurales. Para 2019, el 41,8 % de la población rural ya vivía en pobreza, pero esta proporción aumentó gravemente a 47,9 % en 2020; mientras que para junio de 2020 el 90,5 % de los trabajadores rurales se encontraba entre el desempleo y el empleo inadecuado, la proporción se redujo a 82,3 % para diciembre.

La destrucción del empleo y el aumento de la pobreza golpean de varias formas a la economía, en particular por la contracción de la demanda agregada por una menor capacidad de consumo de la población, tendencia que ya se notaba antes de la pandemia.

Con un escenario social tan deteriorado, donde el abandono y la indiferencia se vuelven generalizados, grandes grupos vulnerables pueden terminar siendo absorbidos por estructuras criminales a cambio de encontrar alguna alternativa de vida. Como consecuencia, la violencia se irá agudizando y exacerbando, además, por la ampliación de los extractivismos.

En suma, el extractivismo, con su presidencialismo exacerbado y con un enfoque clientelar de atención de demandas sociales, no permite abordar estructuralmente las causas de la pobreza y marginalidad. Mientras tanto, los significativos impactos ambientales y sociales, propios de estas actividades extractivistas a gran escala, a los que hay que añadir la corrupción y las violencias casi intrísecas, aumentan la ingobernabilidad, lo que lleva a nuevas respuestas represivas. En ese contexto, el ejercicio de la democracia — y hasta de las libertades — se supedita a los ciclos de los precios de los commodities. El saldo resulta evidente, a más extractivismo menos democracia.33 Y fue justo en esa espiral de deterioro democrático exacerbada por el extractivismo, en la que cayó en su momento el gobierno del progresismo correísta.34

El progresismo ecuatorial: realidad vivida en una década desperdiciada

Lleguemos a una conclusión quizá extrapolable a toda Nuestra América: enfrentamos una derecha sin disimulos y progresismos disimulando ser izquierda, pero con prácticas conservadoras que compiten con las más rancias derechas. Veamos, para comprobarlo, algunos elementos del largo gobierno de Rafael Correa, que inició alimentando esperanzas de cambio, pero concluyó transformado en mera herramienta para modernizar la acumulación capitalista exacerbando la explotación a las clases trabajadoras y a la Naturaleza.35

En ese sentido, el gobierno de Correa compartió muchos objetivos de los gobiernos neoliberales de los años 80 y 90. Pero mientras el viejo neoliberalismo apartaba y reducía al Estado para que los grandes capitalistas exploten libremente, el nuevo neoliberalismo fortalece al Estado y le reúne con el gran capital — local y transnacional — para explotar a trabajadores y Naturaleza. Así, Correa -y su gobierno- instauró una suerte de neoliberalismo transgénico con la intervención del Estado: extractivismo como segunda fase del neoliberalismo — en palabras de Raúl Zibechi36 — a la cual llamaremos neo-neoliberalismo.37

Más allá de los discursos, en los hechos Correa y su gobierno permitieron que el capital acumule explotando a la fuerza de trabajo y a la Naturaleza, cerrando espacios de acción democrática.38 En términos económicos, algunos elementos de ese neo-neoliberalismo incluyen: la ya mencionada firma del TLC con la Unión Europea; la ampliación de la frontera petrolera en el centro-sur de la Amazonía, incluyendo el ITT-Yasuní (además que fue en el propio gobierno de Correa que se hizo otro fraude electoral al impedir la consulta popular auspiciada por los Yasunidos para consultar sobre la explotación petrolera en el Yasuní39); la imposición de la minería a gran escala criminalizando y persiguiendo a quienes se oponían, ejemplo Kimsacocha, Íntag, Mirador, Panantza;40 entrega de campos petroleros maduros a empresas extranjeras (campo Auca a Schlumberger, e intentos de entrega del campo Sacha a la empresa china CERGG); concesión, sin licitación y por medio siglo, de los puertos de Posorja, Puerto Bolívar y Manta a capitales extranjeros; apoyo a grandes agronegocios, monocultivos y agrocombustibles marginando la soberanía alimentaria y la reforma agraria; programas de alimentación escolar con las grandes cadenas comercializadoras de alimentos; la ya mencionada “privatización de la salud”; fomento indirecto a “privatizar la educación” con el auge de cursos y universidades privadas para quienes eran excluidos sobre todo de la educación superior; promoción de alianzas público-privadas (cuasi privatizaciones, que no pudieron ser cumplidas como pretendía el régimen); inclusive el inicio de la reintroducción de la flexibilización laboral…

Por su parte, en términos sociales se puede también mencionar: la aprobación de los decretos 016 y 739 (para controlar organizaciones sociales y sociedad civil) y decreto 813 (para disciplinar a trabajadores públicos por medio del eufemismo de “compra de renuncias obligatorias”); creación de organizaciones sociales — sobre todo sindicales — paralelas propias y afines al gobierno enfocadas a debilitar a los movimientos sociales; toma, a la fuerza, el Fondo de Cesantía del Magisterio; eliminación de personerías jurídicas a las ONG que le estorbaban o el encarcelamiento de jóvenes que protestaban, utilizando la represión abierta o el servicio de inteligencia para perseguir y violentar derechos; ejercicio de abiertas expresiones de culto a la personalidad del caudillo con sabatinas; atropellos a los movimientos sociales, gremiales y sindicales, negándoles se derecho a la autonomía y al disenso; manejo clientelar de bonos y prebendas para asegurar lealtades electorales; irrespeto a los derechos sexuales y reproductivos, que a la postre —en línea con el pensamiento conservador de Correa — terminaron en manos del Opus Dei, cuando se desmontó la entidad encargada de promoverlos (incluso se sancionó a un par de asambleístas del partido correísta cuando propusieron discutir la cuestión del aborto en la Asamblea Nacional); momentos de exacerbada represión social (por ejemplo, casi 200 personas detenidas en protestas de agosto de 2015);41 violaciones de otros derechos (mencionemos las agresiones a autonomía universitaria) y hasta control y restricción a la libertad de expresión…

En medio de esa vorágine económica y política neo-neoliberal, se desperdició una gran oportunidad para realizar auténticas transformaciones estructurales, sobre todo en aquella etapa del correísmo en la que el Ecuador obtuvo millonarios ingresos gracias a un petróleo que llegó a cotizar hasta en 100 dólares por barril.42 De hecho, la “década ganada” — como reza la propaganda del correísmo — fue para pocos, a la cabeza grandes grupos como La Favorita, Eljuri, Banco Pichincha, Pronaca, Claro, Movistar, Nestlé, Fybeca, el capital chino (tanto petrolero como minero), y hasta el clásico capital financiero internacional. Los ingresos de las mil compañías más grandes del país aumentaron de 45,7 a 65,4 mil millones (2011–2015).43 Y por cierto también personajes del círculo íntimo de Correa lucraron de casos de corrupción escandalosos, por ejemplo, en Petroecuador. Otro caso destacado — entre los muchos que se podrían mencionar — es la “repotenciación” de la refinería de Esmeraldas originalmente se presupuestaba en unos 280 millones, pero al parecer terminó con un costo de 2,2 mil millones, o la Refinería del Pacifico: un campo aplanado sin una sola piedra pero que costó unos 1.500 millones…

La represión a los pueblos indígenas en la Amazonía para imponer la megaminería, algo que no lo lograron los anteriores regímenes neoliberales, parece que fue la despedida de Correa, el caudillo del siglo XXI. La esencia de esa estrategia no es diferente a la que siguieron los gobiernos de la derecha neoliberal. Con matices, más o menos importantes, persistió el componente extractivista y primario exportador, que viene de la mano de procesos des-industrializantes y que lleva a prácticas de imposición territorial y control de movimientos sociales. Las limitaciones de esas estrategias se pudieron disimular con los jugosos excedentes de la fase de altos precios de las materias primas. Aunque se publicitó la asistencia social, el grueso de la bonanza se centró en otras áreas, tales como el consumismo, subsidios y asistencias a sectores extractivos o el apoyo a algunas grandes corporaciones.

Se profundizó la dependencia de las materias primas, con China como nuevo referente, con graves efectos en la desindustrialización y fragilidad económica y financiera. El “nuevo desarrollismo” que quiso construir el progresismo no es “nuevo”, y en verdad es tan viejo como las colonias (de hecho, recordemos que el extractivismo precisamente posee un origen colonial).

En el campo de la justicia social, nuevamente como sucedió con otros gobiernos progresistas, se priorizaron instrumentos de redistribución económica de los ingresos, mientras que los derechos ciudadanos y de las diversas comunidades, sobre todo indígenas, seguían siendo frágiles. Bajo estas y otras dinámicas, el énfasis en ayudas y compensaciones económicas acentuó la mercantilización de la sociedad y la Naturaleza. Con ello, el progresismo olvidó el principio de la izquierda de desmercantilizar la vida: justo una de sus reacciones contra el neoliberalismo prevaleciente desde el siglo pasado.

La izquierda debe aprender de esa incapacidad de los progresismos para transformar la esencia de sus estrategias de desarrollo. Es evidente que falta una reflexión sobre la necesidad de alternativas al desarrollo. Se podrá tener un discurso radical, pero si las prácticas de desarrollo repiten los conocidos estilos, se quiera o no, eso desemboca en políticas públicas convencionales, y es esa convencionalidad otro componente que apartó a los progresismos de las izquierdas.

Agudizados retos para unas izquierdas en construcción

Luego de décadas de intentos frustrados, “traiciones”, reveses políticos, programas incumplidos, “restauraciones conservadoras”, caudillos, autoritarismos, burocratización, violencia, persecuciones, fascismo, etc., es hora de que quienes nos hacemos llamar “de izquierda” nos hagamos una reflexión autocrítica profunda, dura y muy severa. Eso empieza por enfrentar el entrevero intencionado de los agrupamientos políticos de la derecha que buscan desacreditar las opciones de cambio hacia la izquierda; un escenario del que también lucran los progresismos pues, desde la confusión, se hacen pasar como la única izquierda posible.44

Hacemos este llamado a la autocrítica pues quizá uno de los más graves problemas que enfrentamos desde la “izquierda” es que ni siquiera somos capaces de acordar qué significa dicha palabra o, peor aún, no somos capaces de reconocer nuestra propia ignorancia y limitación. ¿Cómo podemos pedir a los sectores populares que se unan a un proyecto de “izquierda” cuando ni siquiera sabemos ni hemos acordado qué queremos decir por “izquierda”? ¿O es que estamos claros al respecto? Y, por cierto, aunque nos declaremos de izquierda, cabe entender que los movimientos sociales no tienen ninguna obligación de subordinarse a nuestros proyectos políticos; más bien, debería ser la dialéctica conjunta, en igualdad de condiciones y desde las autonomías, que las izquierdas y los movimientos sociales construyan proyectos políticos populares en apoyo mutuo.

Por estas razones, el triunfo electoral del neoliberalismo puro y duro en Ecuador no solo debe servir para armar una dura crítica a los progresismos, sino que también es urgente hacer una reflexión muy crítica a las “izquierdas”, incluso proponiendo una tarea cruel. Proponemos la duda de si ha llegado o no el momento de asesinar a las “izquierdas” tal como las conocemos. Aunque dicha propuesta suena muy fuerte, quizá así podamos sacudirnos al punto que, luego de semejante “parricidio”, podamos construir algo nuevo, algo cualitativamente superior y esperanzador… que encontrará enormes potencialidades de cambio en los movimientos de los pueblos originarios y cada vez más en las movilizaciones y propuestas de los feminismos.

Dicho esto, nos planteamos varias interrogantes para las izquierdas, dejando en claro que son dudas sinceras más que preguntas que desean inducir a soluciones preestablecidas. Como decía un cantautor, no queremos pasarnos de “moralejos”, nadie es tan viejo para dar consejos (Facundo Cabral). No somos, y quizá nunca seremos, grandes iluminados con las soluciones definitivas para las izquierdas. Pero, quizá, nadie lo es. Y quizá eso también sea parte de las izquierdas: aceptar que nadie lo sabe todo, pero que entre todos podemos aprender algo…

Así, empecemos con la siguiente duda: ¿Cuáles son los mayores errores de las “izquierdas” actuales? A continuación, proponemos algunas respuestas, sin que sean ni únicas ni las más importantes, simplemente son las que en este momento se nos ocurren:

No solo que somos incapaces de plantear una idea clara de qué es la “izquierda” sino que, además, dentro de la “izquierda” acostumbramos a usar términos y conceptos que ni nosotros entendemos. Caro que quizá nunca tendremos conceptos definitivos por las complejidades que implica el uso de un lenguaje humano cuyos sentidos están contextualizados a una determinada época y sociedad (como más o menos sugería Ludwig Wittgenstein). Sin embargo, muchas veces exageramos… Llegamos a usar un lenguaje enredado en vez de un lenguaje claro, llegamos a ser ambiguos en vez de concretos, cayendo muchas veces en una grave indefinición. Usualmente nos enfrascamos en debates que con frecuencia son estériles. Quizá nuestros propios métodos para entender la realidad son defectuosos (o hasta inútiles), pero en vez de reconocer nuestra ignorancia, apelamos a un lenguaje complicado para encubrir nuestras falencias y aparentar ser “eminencias” ante sectores populares que quizá ni siquiera nos escuchan (pues, para colmo, a veces somos latosos, extremadamente aburridos y demasiado moralistas).

Un ejemplo de esto lo podemos ver en la siguiente pregunta: ¿Somos capaces de dar una idea clara de qué es el poder y cómo funciona desde un enfoque de “izquierda”? Aunque parece un problema abstracto de difícil solución, tal pregunta tiene una implicación muy concreta: si no hacemos una reflexión seris sobre qué es el poder y cómo funciona, ¿cómo vamos a actuar frente a éste? ¿Cómo vamos a evitar que “el poder” o, mejor dicho, “quienes ejercen el poder”, carcoman y burocraticen a cualquier organización o, peor aún, terminen absorbiendo a la gente dentro de su lógica? Siendo aún más concretos — y recordando un texto del joven Karl Marx titulado El Poder del Dinero (1844)45 — ¿quién garantiza que nosotros, los “impolutos ángeles de izquierda” no somos capaces de caer en las más viles acciones con tal de ejercer esa promesa de “vida eterna” que brinda el dinero, el estatus y otras perlas propias de los tiempos capitalistas? Mientras no discutamos con claridad cómo entendemos al poder desde la “izquierda”, y más aún, si no discutimos cuál es el auténtico poder del dinero (y otros encantos burgueses) sobre las “izquierdas”, será muy difícil que podamos confrontar a las clases dominantes que ejercen dicho poder. Eso nos conduce a creer que con “el asalto” al gobierno ya se ha resuelto gran parte de la lucha propuesta; sin embargo, como lo hemos visto, una y otra vez, la administración del gobierno está muy lejos de ser el camino de las grandes transformaciones. Cabe en este punto el pensamiento profundo de Gustavo Esteva, un pensador cercano al zapatismo: “Quien lucha por tomar ese poder, adquiere infaltablemente el virus de dominar y controlar — y lo aplica sin rubor sobre sus propios compañeros de lucha, puesto que todos los medios se valen para sus ‘altos fines’ y los rivales pueden constituir un obstáculo para alcanzar éstos.”

Los ejemplos de indefinición de las “izquierdas” son varios, no solo con respecto al poder. Otro caso grave es cómo las “izquierdas” tratan de entender el funcionamiento de la economía. A veces parecería que las “izquierdas” tuvieran hasta miedo de volverse más técnicas — sin que eso implique perder su carácter político — en el sentido de basar sus análisis en evidencias, datos, fuentes, lógica rigurosa, materialidad, etc. Confrecuencia parecen falacias que dominan en las críticas a una derecha neoliberal…

La indefinición de las izquierdas es, quizá, de los problemas más graves que posee. Decimos esto porque, al tener tantos vacíos, las izquierdas terminan dejando espacios para que el propio capitalismo utilice su retórica y la vacíe de contenido. Un ejemplo claro es el progresismo conservador, una forma de modernización del capitalismo que se aprovechó de varias indefiniciones de los discursos de izquierda para terminar consolidando su propio proyecto político. Hasta los símbolos de las izquierdas terminan siendo apropiados en beneficio del capital, por ejemplo el mismo Buen Vivir, al que se vació de contenido.

Otra duda: Los gobiernos progresistas, y las “izquierdas” que se ven a sí mismas como “auténticas”, ¿poseen realmente un horizonte post-capitalista o simplemente han sido funcionales a modelos neocoloniales, extractivistas depredadores, de saqueo y corrupción, o meramente reformistas (cual vulcanizadores del sistema)? ¿Nos hemos siquiera tomado la molestia de tomar con seriedad las valiosas lecciones que nos han dejado, por ejemplo, las teorías de la dependencia latinoamericana? Asumir como justificación que lo conseguido era lo posible en las circunstancias vividas es insostenible. Por un lado, el accionar de los gobiernos progresistas terminó convergiendo en muchos aspectos con el de los gobiernos neoliberales, en puntos tan críticos como el de la ampliación de la frontera de los extractivismos (que son los soportes esenciales del avance de esos modelos) y de la contención de las luchas populares.46

Los progresismos — coincidiendo con los neoliberales — dividieron falsamente a las sociedades para desviar la atención de las cuestiones fundamentales, y nunca toman medidas que pongan en cuestión la dependencia y la entrega de nuestros bienes comunes. Nuevamente en Ecuador, el progresismo, que abrió su gestión con una histórica auditoria de la deuda externa, retornó irresponsablemente a la senda de la deuda “eterna” sin transparencia, terminando como fiel cumplidor del pago de la deuda fraudulenta, luego de haber retornado al FMI, tal como lo anotamos anteriormente.

Pero, por otro lado, muchas “izquierdas” que nos hemos opuesto a los progresismos tampoco hemos hecho honor a las enseñanzas que nos legaron varios pensadores latinoamericanos. ¿Para cuándo nos atreveremos a decir que, dentro de los límites del capitalismo, es muy poco lo que se puede lograr para alcanzar una sociedad más equitativa? Resulta que varias “izquierdas” — y no solo a los progresismos — les pesa siquiera imaginar un mundo post-capitalista. Y quienes sí lo pensamos, a veces no nos atrevemos a trasladar ese imaginario hacia acciones concretas…

¿Es suficiente una mayor presencia y acción del Estado para resolver los problemas de nuestras sociedades? Más Estado no ha conducido a consolidar las organizaciones sociales y los procesos comunitarios. Todo lo contrario. Con más Estado se dividió o subordinó a dichas organizaciones. La persecución y criminalización de aquellas organizaciones y personas que, por ejemplo, se han opuesto a los extractivismos ha estado a la orden del día. Lo urge, eso si, es replantearse con seriedad el tema del Estado, que debería ser pensando en clave plurinacional. 47

Una izquierda renovada, para no caer en sus viejas contradicciones, como negar la problemática ambiental, no puede asumir que todo se solucionará con estatizar los recursos naturales o los medios de producción, tampoco puede esconder sus vicios patriarcales o ser indiferente a la multiplicidad cultural expresada por los pueblos originarios y afro. Es más, las “izquierdas” no pueden caer en dogmatismos torpes creyendo que existen “contradicciones principales” y “contradicciones secundarias”. La renovación de las “izquierdas” implica que, simultáneamente, se adquiera caracteres anticapitalistas, feministas, decoloniales, ecologistas, comunitarios, anti-racistas, y demás que impulse un permanente proceso de radicalización de la democracia en términos amplios: es tan importante terminar con la explotación que el capital ejerce sobre el ser humano y la Naturaleza como todas las demás formas de dominación que se ejercen para poner a un grupo de seres humanos por encima de otro…

En línea con el punto anterior sabemos que con políticas sociales se puede paliar la pobreza, pero cuando prevalece el clientelismo el resultado no solo que es limitado, sino que puede ser temporal y hasta contraproducente. No se consigue construir ciudadanías sólidas que reclamen desde los derechos, lo que va mucho más allá de un bono mensual en dinero. El consumismo se acentúa, confundiéndolo con una mejor vida.

La lista de preguntas realmente puede extenderse sin fin. Lo que queda claro es que, en el caso de los progresismos, más allá de sus encendidos discursos “socialistas” y “revolucionarios”, lo que pretenden es de alguna manera modernizar el Estado. No tienen claro un horizonte postcapitalista, que — desde nuestra perspectiva — tiene que ser simultáneamente postpatriarcal y decolonial, sintonizándose más y más con el reencuentro de los seres humanos con la Naturaleza. Y para evitar cualquier equívoco, eso no significa que hay que subordinar el cuidado de la Naturaleza a las demandas sociales: justicia social y justicia ecológica van de la mano, la una no puede hacerse realidad sin la otra. Y eso compromete aún más la posición y acción de los extractivismos que permanecen presos de la civilización antropocéntrica.

Otro punto clave y a la vez perverso: Las “izquierdas” tienen la penosa tendencia de creerse las “buenas de la Historia”.48 ¿No es típico notar en los textos de “izquierda” cierto aire pretencioso de representar el único camino redentor? Es decir, parecería que las “izquierdas” siempre se presentan como las “buenas” de la película, las que siempre tienen la razón, las que siempre velan por los intereses de las clases populares. Es muy poco frecuente que, desde las “izquierdas” nos atrevamos a entender fenómenos como el egoísmo, la competencia feroz o los intereses y los incentivos económicos. Por ejemplo, ¿cuál es el interés de los dirigentes de “izquierda” de llegar a detentar el poder político? ¿Es la simple y bella voluntad de hacer cosas “buenas” por los demás? ¿Son incorruptibles las personas y, en especial, los dirigentes de “izquierda”? ¿No será factible que cualquier dirigente anteponga sus intereses personales a los intereses de cualquier programa?

Parece que a las “izquierdas” aún nos falta mucho por aprender incluso en términos de cómo funciona la psiquis humana. ¿Cómo podemos influir y contribuir a una gran transformación de la sociedad cuando no nos entendemos ni a nosotros mismos? ¿Sabemos, realmente y de forma sincera, todas las bajezas que seríamos capaces de hacer de detentar ya sea el poder político o el poder del capital? ¿O somos incorruptibles? Quizá la anécdota mitológica de Ulises y las sirenas sea ilustrativa al respecto: sabiendo Ulises que el canto de las sirenas lo podía enloquecer y llevarlo al naufragio, pidió a su tripulación que lo amarren al mástil de su navío y que nadie le haga caso hasta que el canto de las sirenas termine. Quizá ese canto de las sirenas es el canto del poder. Y a nosotros parece que nos espera el naufragio si no entendemos nuestros propios límites. Quizá es hora de qué las “izquierdas” reconozcan todas sus debilidades, tanto individuales como colectivas, para empezar a tomar acciones concretas.

A este problema podemos agregar otro más: ¿cómo, desde la izquierda, se entiende el problema de los incentivos? Es decir, nos guste o no, vivimos en sociedades capitalistas donde el pensamiento hegemónico lleva a las personas a moverse en función de intereses. Nos guste o no, el capitalismo lleva a grandes grupos de la población a seguir la religión de la competencia y hasta del egoísmo. Y, lo peor, es que muchas personas aceptan como voluntaria la dominación capitalista y hasta les agrada (he ahí la construcción de hegemonía) ¿Cómo enfrentar semejantes procesos hegemónicos? ¿Apelando a la buena fe de grandes segmentos enajenados de la población? Evidentemente el apelar a la “buena fe” es iluso. Más bien la respuesta podría ser la construcción de conciencia, pero ahí surge otra duda: ¿cómo creamos conciencia?

¿Será que las “izquierdas” usan símbolos desgastados? Basta ver cómo las “izquierdas” siguen apelando a los mismos símbolos, discursos e imágenes que han sido una y otra vez apropiados por el propio capitalismo. Quizá es hora de que haya una renovación completa de símbolos y discursos. Es verdad que no podemos renunciar a lo que somos (¿qué somos?) pero mientras las “izquierdas” apelan a sus viejas prácticas de convocatoria a la lucha popular, el capitalismo moderno ha logrado incrustarse hasta en el corazón de los pueblos con mensajes consumistas que alienan a millones. Mientras que las “izquierdas” se mantienen atorada en luchas épicas, el capitalismo se está volviendo cada vez más cotidiano…

Arrastramos otra tara y muy pesada, concentrada en los dogmatismos. Dentro de las “izquierdas”, ¿somos capaces de reconocer crudamente nuestros errores? ¿Somos capaces de reconocer los errores de quienes fungen de dirigentes y decirlos de frente? Al parecer no. A veces las “izquierdas” se reducen a un “acto de fe” en donde la palabra de unos pocos sabios es religión (aunque, cabe reconocer, con los años esa tendencia se ha ido superando, aunque muy lentamente). Basta decir que un candidato es de izquierda — sin serlo para nada — y que la representa para que se espere que todas las fuerzas populares se identifiquen con dicho discurso, como acaba de suceder en la segunda vuelta electoral en Ecuador.

No nos olvidemos de nuestra pesada herencia caudillista. Además de dogmática, las “izquierdas” muchas veces caen en el caudillismo o se dejan encandilar por un uniforme o una sotana, como si las “izquierdas” no pudiéramos pensar con cabeza propia. Cuando se observa varios procesos de “izquierda” desde las bases, se nota que es más importante para las dirigencias la generación de fanáticos — el típico “culto a la personalidad” — antes que la formación política e intelectual. ¿No será hora de que las “izquierdas” piensen realmente en el largo plazo y desaprendan las enseñanzas y el culto a unos cuantos dirigentes políticos e intelectuales?

Planteemos un par de preguntas clave: ¿Ganar las elecciones asegura el control del poder? ¿Asegurar la permanencia en el gobierno justifica todas las acciones, incluso cuando afectan los elementos mínimos de una propuesta de izquierda? ¿Para ganar las elecciones es justificado pactar incluso con quienes abiertamente están en contra de posiciones transformadoras, como acaba de suceder en Ecuador?49 Son evidentes los riesgos de un programa electoral que se recuesta sobre sectores y prácticas conservadoras o incluso abiertamente neoliberales para ganar una elección. Se asume que primero se debe “ganar” la elección presidencial, y que una vez en el palacio de gobierno se podrá “cambiar” al Estado y la sociedad. Lo hemos visto en todos los gobiernos progresistas. Este es justamente un aspecto que debería servir para diferencias a los progresistas de las izquierdas. Se cae en una situación donde el progresismo una y otra vez intenta disimular que es una izquierda, mientras que la nueva derecha nada disimula ni oculta.

¿Cuántas veces se ve a los dirigentes de “izquierda” hablar de igualdad sin que la practiquen en su vida cotidiana y partidista? ¿Cuántos miembros de “izquierda” hombres tratan a sus compañeras con el machismo más despreciable? ¿Cuántas personas de “izquierda” caen en viejas prácticas conservadoras como el rechazo a la homosexualidad o al aborto? Y dicho esto, no planteamos para nada una izquierda triste: todo lo contrario, la alegría y la ternura deben ser parte del compromiso en la vida de quienes pretenden transformar el mundo. Cada vez parece que la gente cree menos en el discurso de “izquierda” porque lo considera hipócrita. Y eso que ni hemos hecho mención a gran cantidad de dirigentes de “izquierda” oportunistas, que priorizan sus intereses a los intereses de quienes supuestamente representan.

Y la “izquierda”, atraída por las delicias (?) del poder, y los cantos de sirena de una “izquierda posible”, cae en las trampas de diálogos estériles. ¿Cuántas veces en la historia hemos visto a la “izquierda” armar las coaliciones políticas más folclóricas e “incomprensibles” solo por buscar objetivos políticos? ¿Qué importa más en la “izquierda”: los principios o la supervivencia político-electoral? Lo más penoso parecería ser que tales procesos de abandono de principios se encubren bajo la falsa etiqueta de “diálogo”, en cuyo nombre se vuelve posible que hasta los más anticapitalistas se vuelvan amigos de las burguesías más retrógradas… Lo que urge son diálogos abiertos que tengan claro que nuestro fin no es simplemente “parchar” el sistema, sino transformarlo.

Como una última duda, quizá las “izquierdas” necesitan replantearse la cuestión de a solidaridad internacional. Es indudable que dicha solidaridad se necesita, pero eso no justifica jamás el tolerar o callar cuando uno de “nuestros gobiernos” atropella derechos con el cuento de que no hay que hacerle el “juego a la derecha”. En ningún caso se justifica que, en nombre de alianzas y apoyos internacionales, se calle ante atropellos de los Derechos Humanos o de la misma Naturaleza vengan de donde vengan (sea desde Estados Unidos o China, sea desde Colombia o Venezuela…); eso, en muchas ocasiones, se contribuye a sepultar las posibilidades de cambio profundo de la sociedad. Igualmente, es intolerable cualquier forma de neocolonialismo: las alianzas deben darse entre iguales, sin menospreciar las contradicciones internas de cada nación. No sirve de nada hacerse llamar “de izquierda” a nivel internacional cuando se tolera la criminalización de quienes luchan en defensa de los derechos y las libertades.

La lucha permanente es el camino

En este punto, volviendo a la reflexión del caso ecuatoriano, cuando el candidato de la derecha neoliberal ha ganado las elecciones, la vieja pregunta de fondo es ¿qué hacer? Analizar los resultados y extraer las adecuadas conclusiones es indispensable. Pero para enfrentar la avalancha de las derechas se precisan acciones concretas. Tarde o temprano nos tocará superar diferencias entre quienes nos alineamos en el voto nulo con elementos cercanos al progresismo para hacer frente a lo que se nos viene. Lo ideal sería que los correístas y las “izquierdas” hagan una autocrítica en serio, asuman sus enormes responsabilidades en este proceso y abandonen cualquier culto a la personalidad y cualquier aire de superioridad. Esto es urgente pues, a la sombra de Lasso, sin duda que existirán personajes de sueños fascistoides esperando la oportunidad para emerger.

Sin cerrar la puerta a acuerdos puntuales para enfrentar al neoliberalismo es evidente que una renovación de las izquierdas necesita aprender de la compleja dinámica que atravesamos y no puede renunciar a democratizar tanto la sociedad como sus propias estructuras y prácticas partidarias. Si no lo hace, solo facilita el surgimiento de oportunistas. Las estructuras políticas de izquierda deben, de una vez por todas, ser dignas representantes de sus bases y no meros trampolines desde los que ascienden figuras individuales, con claros rasgos caudillistas.

Otra lección surge de comprender que la obsesión electoralista lleva a prácticas que impiden la democratización. En efecto, el “miedo a perder la próxima elección” hace que el núcleo gobernante (tanto sus políticos como tecnócratas) se abroquelen, rechacen los reclamos de cambio y apertura, y se inmovilicen. Igual de grave es tolerar procesos electorales fraudulentos, que empiezan en realidad cuando en lugar de fortalecer al propio partido político se sigue designando con prácticas verticales de claro origen patriarcal quién es o quiénes son los herederos. Las izquierdas tienen que reconocer el papel político de los pueblos indígenas, sus prácticas en la toma de decisiones pueden ser fundamentales en una democratización real desde lo comunitario. Y, ya lo hemos dicho, hay mucho que aprender de la dura lucha de las mujeres por su emancipación, lo que nos conmina a transformar las formas patriarcales de hacer política.

Entendamos también que no hay instrumentos económicos, sociales y políticos neutros. No se trata solo de un ejercicio tecnocrático de la gestión gubernamental. Si se accede al poder y no se consolidan vigorosas organizaciones sociales, realmente autónomas y capaces de ser las auténticas gobernantes, cualquier avance será temporal. Esta reflexión no se circunscribe para el gobierno central, sino para todos los ámbitos de gestión del direccionamiento político en una sociedad, cuya base tiene que ser cada vez más comunitaria. Caso contrario, se generan condiciones para el retorno y/o fortalecimiento de la derecha dejando servido un Estado y normas que lo harán todavía más fácil.

En definitiva, la renovación de las izquierdas debe asumir la crítica y la autocrítica, cueste lo que cueste, para aprender, desaprender y reaprender de las experiencias recientes. Se mantienen conocidos desafíos y se suman nuevas urgencias. La izquierda latinoamericana debe avanzar en alternativas post-capitalistas al desarrollo, debe ser ambientalista en tanto busca una convivencia armónica con la Naturaleza, debe ser feminista para enfrentar el patriarcado, debe persistir en el compromiso socialista con remontar la inequidad social, y decolonial para superar el racismo, la exclusión y la marginación. Todo esto demanda siempre más democracia y respeto a las libertades, empezando por la libertad de expresión; recuperemos el legado de Rosa Luxemburg: “la libertad sólo para los que apoyan al gobierno o sólo para los miembros de un partido, por numerosos que sean, no es libertad. La libertad siempre es libertad para los que piensan de manera diferente, De eso depende la libertad política”. Radicalicemos la democracia, en donde la dimensión electoral no debería ser lo más importante.

Estas líneas, en forma de preguntas continuadas, sin duda representan un duro borrador, pero con un objetivo claro: abrir la “caja de Pandora” de cuáles son los problemas de las “izquierdas”. Los puntos que hemos propuesto no son ni únicos ni definitivos, sino apenas una propuesta de autocrítica severa que, ojalá, reciba todo tipo de respuestas. Si queremos construir algo nuevo, algo distinto, quizá nuestra primera tarea es, de una vez por todas, superar los gravísimos errores del pasado. Y por cierto tenemos que conjugar el verbo izquierda — entendido como transformación radical — en todos los tiempos de manera simultánea: anti y post-capitalista, feminista, decolonial, decrecentista, y siempre democrática. Si bien la tarea parece gigante — y lo es — no hay que amilanarse: ser de izquierda quizá implica, por sobre todo, aceptar que la transformación de este mundo se construye desde la lucha permanente.